El despertador sonó, puntual como siempre, a las cinco en punto. Eiden se levantó con la misma rutina meticulosa de cada mañana: fue al baño, se afeitó con precisión, se duchó y se vistió mientras la cafetera silbaba, anunciando con coquetería que su té estaba listo. Un día más en su vida perfectamente organizada.
Con las llaves en la mano, salió de su apartamento en el séptimo piso de un lujoso edificio en la capital panameña. Bajó al estacionamiento y, justo cuando encendía su auto, un pequeño vehículo avanzó en paralelo. Era el auto de Karen, una aeromoza argentina que recién se había mudado al edificio y se dirigía al aeropuerto para iniciar su jornada con Copa Airlines.
El leve impacto entre ambos autos rompió la monotonía de la mañana. Molestos, descendieron, listos para reclamar, pero apenas cruzaron miradas, el enojo se disipó como niebla al sol. Algo en el aire cambió. Se observaron, sonrieron y, entre disculpas y risas nerviosas, resolvieron el percance con sorprendente armonía. Sin saberlo, ese fugaz accidente marcó el inicio de una historia que cambiaría sus vidas para siempre.
Desde el primer momento, lo suyo fue un amor intenso, de esos que no entienden de distancias ni despedidas. Cada vez que Karen partía por trabajo, Eiden sentía su ausencia como una punzada en el pecho. Pero lo que más extrañaba eran sus ojos. Ojos marrones, profundos, con una mirada capaz de hechizarlo con un solo parpadeo. En los aviones, Karen disimulaba sus idas al baño cada vez que no podía detener la emoción del recuerdo corriendo por sus mejillas. Las semanas pasaban, y cada reencuentro era un festejo, una promesa renovada de amor inquebrantable.
Una pareja que se entregaba con locura y pasión en cada encuentro cual si fuese el primero. Sus besos tatuaban con ardor cada espacio de sus cuerpos.
Con el tiempo, comprendieron que no querían seguir viviendo separados. Decidieron unir sus vidas y se casaron en una íntima ceremonia donde lo único que importaba era el amor que los había encontrado de la manera más inesperada. Desde entonces, compartieron alegrías, viajes y, sobre todo, esa complicidad silenciosa que solo los verdaderos compañeros de vida comprenden.
Hoy, cincuenta años después, Eiden y Karen se sientan rodeados de sus nietos, contando su historia con la misma emoción de aquel primer encuentro. Les enseñan que el amor verdadero se construye sobre la comprensión, la fidelidad y el respeto, que son los cimientos de un amor eterno.
Y mientras Eiden observa a Karen, nota que sus ojos siguen brillando con la misma intensidad que aquel día en el estacionamiento. Son los mismos ojos que lo enamoraron. Sus ojos para siempre.
JUSTO ALDÚ
Panameño
Derechos Reservados / febrero 2025