Siempre Juntos…

Contigo, mi sendero, mi luz.

Como aquellos que Jesús envió,

no camino solo en la vida,

te tengo a ti, mi refugio,

mi paz, mi guía.

 

El amor de Dios es paciente, todo lo espera,

no se quiebra, no se rinde,

abraza en la prueba, sana en la herida,

es la luz que nunca se extingue.

 

No es un amor ciego ni complaciente,

ni mucho menos tonto o indiferente.

Es un amor que ve la realidad tal como es,

con sus sombras, con sus dudas,

y aun así elige amar,

porque solo el amor transforma y perdura.

 

Con el amor de Dios, la soledad no tiene significado,

porque su amor es eterno, nos envuelve y nos llena,

no hay vacío cuando su luz nos guía,

cuando su paz en nuestro camino resuena.

 

No hace falta llevarlo ni saberlo todo de antemano,

ni temer, ni negar lo que vendrá.

Dios nos cuida en su tiempo perfecto,

porque solo Él sabe lo que realmente necesitamos,

su misericordia nos sostendrá.

 

El camino tal vez no sea fácil,

así Jesús lo advirtió.

Seremos juzgados, seremos probados,

pero no tenemos miedo,

porque su verdad nos sostiene,

y su amor nos hace fuertes.

 

Luz de mi vida, mi calma en la tormenta,

mis manos que alzan cuando tropiezo,

la voz que susurra: “sigamos adelante,

su paz nos lleva, su amor es eterno.”

 

Y cuando el miedo nuble el camino,

cuando la duda intente frenarnos,

cuando el mundo nos mire con juicio,

brillará esa luz que nos impulsa,

porque en este amor que Dios nos dio,

somos faro el uno del otro,

tú la luz de mi vida,

y yo la luz de la tuya.