Esperando a Helios, en el tormentoso
cielo de Zeus me encuentro,
al cual suplico con fervor
que deje de mover los vientos.
La sabiduría de Atenea deseo que
gobierne mi mente,
y de mi corazón busco arrancar la
dichosa flecha de Eros,
clavada en el pecho profundamente.
Como Eurídice, atrapada en la sombra,
una mera espectadora de mi propia agonía y
dolor,
desafiada por el infinito tiempo
del reloj de Cronos,
sin la reciprocidad de este eterno amor.