No me escuchaste
Renegué a las alturas tu inoportuna ida,
cabizbajo, maldije mi suerte maldita,
desprecié la bendición por la muerte pronta,
suplicando de rodillas a tu gloria
que tu poder me fuera una afrenta.
Sacrifiqué en el intento
socorrerme en el olvido,
mas el vacío me llena,
y no la encuentro
donde siempre la hallaba.
Perjuré, acumulando ofensas,
a las alturas, al no ser oído;
derramé lágrimas de sangre
y proscribí tu mandato
de arrancármela del lado.
Pero no me escuchaste…
y te fuiste a cuentagotas,
despacio, como el tormento
de verte postrada,
como un reloj deshojando
su última hora.
Consternado en mi inoperancia,
aguardé un milagro,
pero te apagaste como una vela,
y la noche, indolente,
devoró mis oraciones.
Y cuando el alba no quiso llegar,
me quedé solo ese día…
llorándote en la sombra
de tu ausencia infinita.
Acariciando tu frente,
rogué también que me llevaras,
pero para mi desconsuelo…
¡tampoco me escuchaste!