Tus labios me escupen el odio,
como quien arroja pájaros muertos al viento.
Dices que me odias. Lo repites,
y tu voz me atraviesa la piel
como un cuchillo que no sangra.
Pero yo te amo,
con la obstinación de los locos
y la fe de los náufragos.
No te amo con el corazón,
porque el corazón es un músculo torpe
y yo te amo con el hambre,
con el frío,
con la ceniza que deja el incendio
cuando ya nadie mira.
Tu odio es un bosque en llamas,
pero yo camino descalzo sobre sus brasas.
La flor del aire,
la ola que rompe el horizonte,
la cruz de los árboles mutilados
se consumen en mi incendio.
Y aun así, ingrata,
sigo soñando entre tus cenizas.
Porque, ¿qué me importa que no me quieras
si en mis manos arde
suficiente fuego para los dos?