Verde esperanza, que el tiempo confía,
a quien la dulce madurez aguarda,
ya segura de hielo o nieve fría,
dará el sabor y la color postrera;
susurra el viento, la luna reclama,
y en su resplandor mi ser se derrama,
anhelando un mañana que permita
romper los grilletes de esta condena.
Ya el ocaso de esta vida marchita,
ya prisionera de su sombra, el alma
aun en la penumbra, su luz palpita;
así, en su fulgor, la noche suena
una melodía de esperanza y fe,
y donde el alma, libre, renace y ve.