Alberto Escobar

Precioso no

 

 

 

Precioso no. 
Nunca un año más
trajo tanta renovación,
tanta vida nueva, tanta
primavera a una primavera
que —aunque no quiera— va
agostándose lentamente, lenta.
No nunca tanto amor contenido,
tanto embalsado cuyos diques,
vencidos de la erosión 
que la presión de la pasión conlleva,
 no tuvieron otra que dejarse vencer, 
que claudicar ante tanta avalancha,
y sí, precioso, y la luz luminosa, fiera
diría, radiante como no radia el astro
rey en ningún otro sitio, y un hotel
cóncavo, abrazando nuestros actos
como una gran madre que te acoge
ante un pesar, o ante la alegría súbita
de un alto acontecimiento; y autobús
arriba, autobús abajo, llevándonos,
trayéndonos a sus brazos, y mi ciudad
—qué decir ya, a estas alturas, de ella—
con una sonrisa permanente, perenne,
imperecedera, recibiendo el halo de amor
que nos circundaba sin saberlo, laurel 
alrededor del cuello de quien triunfa, y
una cascada, una sucesión de miradas,
de sonrisas..., en ambas direcciones, iban
creando un microclima, una burbuja
dentro de la que paseábamos por sus calles, 
absortos en el encanto que disuelto 
en el aire que respirábamos iba trasminán
dose a nuestras sangres, contaminándonos
de una droga no sintetizada antes, natural
como lo era, y es, nuestro amor, y pura, sí,
sin adulteraciones de aquellas tan habituales
en el género lamentable que, en vena, llega
al torrente de los más desgraciados. 
Precioso no —y esto que ahora hago, 
este depósito literario que perpetro ahora, 
me sirve de aliviadero; y me está gustando,
me está haciendo bien—.