Era fuerte ante mis ojos de niño
Que nada humano podría tirarlo
Fortaleza que irradiaba cariño
Atributos que me hicieron armarlo
Nunca lo ví quejarse ni llorar
Mucho menos demostrar algún miedo
Ni al desafíar al más furioso mar
Que pretendíera verlo como bledo
En todos los sentidos un gigante
De cuerpo de acero y corazón de oro
De senderos con cardos un andante
Y de mi sangre y estirpe era el tesoro
Pero un aciago día ante él llegó
Que mancilló de tajo su grandeza
Y a partir de este mundo lo obligó
Sin despedirse y heredando tristeza
Me sorprendió su fortuita partida
Y mi alma se ahogó en mi mar de lágrimas
Pasan los siglos sin cerrar la herida
¡Maldito dolor es el de las víctimas!
La maldad del cobarde es quien lo tira
Solo la traición podría vencerle
Así llegó aquella bala asesina
¡La hiena no sabe atacar de frente!