El mundo (cuya verde intelección
compone los volúmenes de un nido),
es apenas audible ante el sonido
del eco de mi abúlica inacción.
Las frondas consumidas hallarán
un descanso. El estrépito del ave
cantará en silencio. Un lento ademán
te dirá lo que sabe y no se sabe.
Quizá los quehaceres de la araña
puedan cifrar el pardo de tu gesto.
No sé si he de poner de manifiesto
que eres pájaro y falda de montaña.
El hábito vivaz de los manojos
de hierba son el éter de tus ojos.