Ya no queda nada, nada, solo un triste jardín,
el viento estalla el día en mil pedazos.
Ya no falta ni la flor, ni la tierra, ni el viento.
Una voz pálida, salida del fondo del azul jardín, parece llorar,
fantasma frío de un invierno vacío y oscuro,
que mata esta corta eternidad... como mató a los hombres.
Ya no queda nada, las hojas se dispersan, se secan o se van.
Ya no queda nada, solo huellas de pasos ocultas,
el tiempo deslavado, vivido como urgencia,
mil patas monstruosas devorando los minutos.
Ya no queda más que el ruido sordo del mar lleno de lluvia gris,
y largos atardeceres bajo el viejo techo del cobertizo.
Ya no queda nada más que brazos que esperan tocar algún día el sol.
Una gota roja cae lentamente sobre la alfombra blanca de un invierno lento,
un pájaro se eleva, las hojas que antes fueron verdes, que antes fueron tan vistas,
forman montículos, frágiles esqueletos olvidados en un rincón,
y en el silencio, allí donde ya no queda nada…
Llora el mar, llora el jardín, lloran los dioses su larga eternidad.
llora la ausencia el día en que ahí nació
.
P SABAG, palabras escapándose