El viento sopla fuerte y todo se oscurece,
mientras los árboles se susurran a lo lejos.
Mil soles a ras de suelo que aparecen,
de color amarillento y entreabiertos.
El cielo toca mi pelo con la punta de los dedos,
y conforme pasan las horas se convierte en un desvelo,
sueño inalcanzable que se perpetúa en un bolero,
mientras las estrellas se me alejan a mediados de febrero.
Amanece cuando el sol sobrepasa el visillo y la cortina,
calienta la almohada y permanece así todo el día.
El calor me provoca escalofríos si pienso que, al cerrar los párpados, aparece una densa niebla,
capaz de cubrir mis más oscuros secretos.
Repito una y otra vez que debería escapar,
pero me faltan motivos para huir de acá.
¿Será que esa luz eclipsa mis sentidos?
Y en vez de levantarme, me adormece,
o tal vez es todo lo contrario y me hipnotiza,
de tal manera que las ganas de moverme son tantas que al final no me muevo.