JUSTO ALDÚ

CATALEPSIA

Desde niño, Ángel tuvo un sueño recurrente: se veía atrapado en un espacio oscuro y estrecho, sin poder moverse ni gritar. Al despertar, su madre, Marta, le dijo que solo era una pesadilla, pero él sintió que era algo más, una premonición de lo que le esperaba.

Criado solo por Marta, Ángel nunca conoció a su padre, un hombre que los abandonó antes de su nacimiento. Su madre siempre temió que la adicción de aquel hombre dejara secuelas en su hijo, por lo que se sometió a exámenes médicos durante el embarazo. Todo parecía normal, y Ángel creció sin problemas de salud aparentes.

Con el tiempo, se convirtió en un joven trabajador, pero tenía una personalidad impulsiva y un temperamento que lo metía en problemas. Un día, tras una fuerte discusión en su trabajo, sintió un mareo repentino. La vista se le nubló y cayó desvanecido en la entrada de la empresa.

Sus compañeros intentaron despertarlo sin éxito. Llamaron a una ambulancia y, al llegar al hospital, el médico de turno lo revisó rápidamente. No había signos vitales aparentes, su pulso era casi imperceptible y su respiración, mínima. Sin realizar pruebas adicionales, el doctor lo declaró muerto por un infarto fulminante.

La noticia llegó a Marta como un golpe en el pecho. Su hijo, su único tesoro, había partido antes que ella. Con lágrimas en los ojos, organizó el velorio en su casa, siguiendo la tradición de su pueblo en Cartago, Costa Rica y encomendando el alma de su amado hijo a la Virgen de los Ángeles. Durante toda la noche, familiares y amigos se desfilaron junto al ataúd, lamentando la temprana partida de Ángel.

Dentro del féretro, Ángel era consciente de todo. Escuchaba a su madre sollozar, los rezos y sentía la presión del acolchado de la caja sobre su cuerpo... pero no podía moverse ni emitir sonido alguno. Su mente estaba atrapada en un cuerpo inmóvil. Escuchó claramente como Clara, la vecina rellenita que jugaba con él desde niño estaba totalmente enamorada de él y sufría sus rechazos, también a su novia quién lo besó en la frente diciéndole: \"Gracias a Dios te fuiste antes que te contara que estoy embarazada de tu mejor amigo\" y así desfilaban todos con algo que decir. Era la costumbre. Hasta escuchó con rabia a su enemigo jactarse de su gran amistad. 

El día del entierro, el calor sofocante del mediodía hacía más pesados ​​los pasos de quienes lo acompañaban al cementerio. Unos de buena fe, otros por el qué dirán. Al llegar, luego de unas palabras bajaron el ataúd a la fosa y, con la primera palada de tierra, el pánico se apoderó de Ángel. Quiso gritar, mover sus manos, abrir los ojos, pero nada. La segunda palada cayó y, en un último esfuerzo, un alarido desgarrador salió de su garganta.

Los presentes huyeron despavoridos, dejando a Marta y a unos pocos trabajadores temblando junto a la tumba. Sin dudarlo, los sepultureros abrieron la caja. Marta, con el corazón en un puño, vio a su hijo abrir los ojos y respirar con desesperación.

Entre llantos y abrazos, Ángel fue llevado de nuevo a casa. Los médicos determinaron que había sufrido un episodio de catalepsia, un trastorno poco común que podría repetirse en el futuro. Desde entonces, vivió con la sombra del miedo, tomando medicamentos de por vida para prevenir otro episodio.

La experiencia lo marcó para siempre. Había sido enterrado vivo y solo un milagro lo había salvado. Desde ese día, nunca más discutió en el trabajo ni permitió que el estrés gobernara su vida. Nunca dijo nada a los que hipócritamente lo acompañaron al camposanto, sutilmente terminó con su novia y se casó con Clara en una sencilla pero amena ceremonia.

Ángel entendió que, aunque su padre le dejó una herencia de ausencia, él tenía el poder de escribir su propio destino.

 

JUSTO ALDU

Panameño

Derechos reservados / febrero 2025