Ricardo Castillo.

La llamada

Estaba mudo
y cuando pude hablar
solo balbuceaba palabras.

Era la hora del conflicto,
la llamada a la puerta
que uno siempre hace a sí mismo,
esa que el reloj espera paciente
para ser útil,
para detenerse,
para descansar de su jornada.

La noche era calurosa
y el polvo oscurecía los rostros.
Pero la faz de los espíritus
abatidos y sucios,
con almas brillantes de estrellas,
no puede ocultarse.

Es en vano romper los mapas del destino,
resistirse a la marcha inevitable
hacia su morada,
al instante preciso de aquel toque.

Le abrí la puerta
y la noche cesó.