El viento quebró nuestras voces de a poco,
las manos temblaron, callaron los sueños,
y el eco de dudas creció en el silencio,
dejando entre sombras caminos inciertos.
Pero en la fractura germina la vida,
la prueba nos forja, el fuego depura,
y aquello que un día dolió como un quiebre
se torna en cimiento, renace y madura.
El miedo cedió su lugar a la gracia,
las almas se hallaron más firmes, más hondas,
y donde el amor parecía extinguirse,
brotaron raíces de un tiempo que asombra.
Dios nunca irrumpe, musita en lo alto,
espera en la grieta, sostiene la historia,
y en cada tormenta, su mano invisible
teje en la herida un alba de gloria.