No los llamemos ancianos,
sino faros de luz en la noche:
Sus vidas, constelaciones de experiencias,
iluminan nuestro camino con sabiduría ancestral.
No los llamemos ancianos,
sino pilares de nuestra historia:
Sus manos, curtidas por el tiempo y el esfuerzo,
nos legaron un mundo de amor y esperanza.
No los llamemos ancianos,
sino tesoros de nuestra memoria:
Sus recuerdos, joyas que brillan en el tiempo,
nos cuentan la historia de nuestra humanidad.
Maduro es el mar, su rugido nos recuerda la fuerza de la vida.
Maduro es el sol, su calor nos reconforta con amor eterno.
Madura es la luna, su luz nos guía en la oscuridad de la noche.
Madura es la tierra, su fertilidad nos alimenta con generosidad.
Maduro es el amor, su llama arde en el corazón de cada ser humano.
Y madura es la voz, que con suave melodía,
comparte el canto de las aves y el susurro del viento.
Madura es la mirada, que con profundidad y ternura,
nos muestra la belleza del alma y la esencia del ser.
En el ocaso de la vida,
la sabiduría se revela como un manantial de agua cristalina.
Las experiencias vividas, como ríos caudalosos,
desembocan en un océano de conocimiento que nutre nuestra alma.
Joven, si en tu camino encuentras
a estos seres de luz,
no los ignores, ¡acércate con reverencia!
Sus palabras son melodías que acarician el corazón,
sus abrazos, refugios donde el amor se hace eterno.
Escucha sus historias,
como si escucharas el canto de los ángeles.
Atesora sus enseñanzas,
como si recibieras un regalo divino.
Aprende de su paciencia,
como si contemplaras la danza de las estrellas.
Admira su resiliencia,
como si fueras testigo de un milagro.
Recuerda que el tiempo es un vuelo de ave,
y todos, tarde o temprano, llegaremos al ocaso.
Honra a quienes nos precedieron,
con amor y gratitud infinita.
Siembra ahora amor y comprensión,
para que mañana coseches un legado de bendiciones.
Que este homenaje sea un tributo a la vida,
a la sabiduría que florece con los años,
y al legado invaluable que nos dejan
aquellos que han recorrido un largo camino.