Traes el paño de seda que cae por mi rodilla,
la premura contenida del embrión
de un beso que no se atreve a nacer,
ese cimbrar del relámpago,
esa grieta luminosa en el cielo
que nos cambia la respiración;
y luego eres ese hombre extraño,
perdido en un profundo duelo
como si nadie hubiera atizado el fuego,
pero hay un viento intruso en la sangre
levantando chispas.
El baño huele a hierba de limón, a rosas y a miel,
otras veces huele a madera, a almizcle,
a cristales de ámbar,
y una vez más las sales de mar
con aceite de macadamia exfoliando el cuerpo
como esculturas de astros que nadie ve.
No sé si nos preparamos para el adiós,
para el último roce con las flores que llevamos.
¿Se encenderá la fogata en el cráter oculto de la luna?
¿Giraremos en un luminoso anillo
una noche de invierno?
Si tan solo pudieras descifrar
el mapa de estrellas que traigo tatuado,
si tan solo volviera a ser esa costilla
que nunca se desprendió de ti,
y rotar deliberadamente por el infinito.