Margarita García Alonso

Obituario

Una y otra vez me pregunto cómo puede odiarme

quien nunca me ha visto vomitar las calles

-no de haber bebido o comido mucho-

devolver el aire insalubre, el cuchillo que

desatina en nombre de mi padre.

 

Bendito amanecer, déjame remendar la sombra,

de este cuerpo cosido a la butaca.

 

Una y otra vez he deshecho el paso

que me acerca al pan,

horas escuchando el endemoniado silencio

de un cuarto donde rezo

-miles y miles de rezos en un folio

para que no entre el mal a casa.

 

Maldito ruido, mis muertos

hacen tantas preguntas,

la línea que no escribí

se agranda en regaño.

 

Me he ido escondiendo

a ratos me he sentido sola

a ratos sé, lo estoy.

 

Pero es otro ruido errante que trota,

galopa, patea, se fija

a la punta de la lengua

y siembra el escrito.

Ojo con el pespunte,

pondré en la tela fino hilo y

puede quedarme chapucero.

 

Mi hija no me habla,

a las doce escribió una carta

para decir que me odia

tanto que pasa de mí.

Mi hija tiene un lobito.

Mi cabeza en el juez, el hospital,

el nativo que perjura

mi francés con acento.

 

Un fonógrafo ruge contrapuntos que se aíslan:

“margarita, la sutil madre que te parió, déchet fatal”.

Me hubiese bastado menos instinto,

olfato, vista menos tiempo,

haber invertido junto a mi madre

en el cultivo de cactus

de generosos verdes.

Yo quería que Aans fuese recinto

de salud y no lo tuve.

 

A veces me pregunto cómo puedo contarles,

demasiado estruendo mientras busco el hilo.

Si se callaran podría zurcir.

Del poemario Maldicionario, Editions Hoy no he visto el paraíso, 2009