En donde suelo desconocerme,
en donde se disocia,
la alegoría de la alegría,
en donde surge la disyuntiva,
ahí donde la sabiduría combate con la rebeldía,
ahí es donde indescriptiblemente naufrago.
Errante,
imparable caminante,
errante,
de senderos indomables,
errante,
de proyectos inconstantes,
errante,
buscando siempre a que y quien aferrarme.
Caminando con el corazón en la mano,
transitando en medio de lo intransitable,
siendo un transeúnte que,
contemplando los epitafios,
comprendo la inminencia del existir,
y lo efímero del vivir,
que se sintetiza simplemente en subsistir
esperando al destino que trae consigo
el indiscutible morir.
¿Cómo concebir lo que para otros es difícil conseguir?,
¿ante que se disuelve mi desasosiego?,
¿ante que me inmuto al percibir
de este universo hostil?,
buscando desesperadamente lo sutil
en medio de esto que es un eterno sufrir,
yendo y viniendo sin saber hacia donde ir.
De tonos románticos,
en donde el dolor se disfraza de silencio,
se adorna de palabras
suspirando letras,
esas que intangibles oxigenan al cerebro
y exhalan pensamientos.
Tragicomedia intrínseca,
enarbolada y enajenada,
alienada y acomodada,
el escenario, cuasi una pasarela
cuyas diferentes rapsodias,
salpican de perspicacia
los capítulos equidistantes,
entre la tristeza y los destellos de eso que llaman alegría,
eso que se es la vida.