No mido mi vida en gloria o fortuna
ni en frágil poder que el tiempo desplace
prefiero la luz que en almas se acuna
el rastro de amor que nunca se deshace.
Si un día una pena mi voz suavizara
si en manos ajenas dejé mi calor
si en sombra de angustia mi fe irradiara
será mi legado más dulce valor.
No quiero laureles ni tronos dorados
me basta la risa de un niño feliz
el beso callado de labios amados.
Cuando mi nombre se pierda al partir
seré la caricia de un sueño dorado
seré la promesa que vuelve a vivir!
Este poema lo hice mi de mi Padre en su partida considerando que sus hijos fuimos su éxito:
No ha medido su vida en oro o en fama, ni en lo que el mundo le quiso otorgar, sino en la risa que brota en su alma, en los sueños que pudo alcanzar.
Vivió sin miedo, con fe y sin prisas, con el amor como brújula fiel, hallando en gestos, en dulces sonrisas, el gran tesoro que da el deber.
Fue generoso con quien lo ha llamado, consoló a aquel que sintió dolor, dejó su huella en senderos dorados, y nunca negó su más puro ardor.
Si al despedirse su amor ha quedado, en almas que supo en vida tocar, no habrá vivido en vano su paso, ni habrá dejado de triunfar.
Basado en el poema sobre el ÉXITO de Bessie Anderson Stanley, y a menudo atribuido a Ralph Waldo Emerson por error.
Destaca la verdadera esencia del éxito: la bondad, el amor y la huella que dejamos en los demás.