A una mayoral
No pueden ya mis ojos, obviar tanta hermosura
que existe en una dama. No pueden ya mis ojos.
Tampoco la memoria cifrar muchos antojos,
de amar y de probar su mística dulzura.
Al verla caminar, parece una criatura,
manjar fluye en su boca, sus bellos labios rojos,
no dejan de moverse, cambiando mis hinojos,
por eso es que he quedado, tallando esta pintura.
¡Predica, oh poesía! ¡Predica, oh poesía!
Que admiro su belleza, su gozo y su alegría
al ser en este mundo mi dulce mayoral.
¡Anuncia, oh poesía, que el alma de un artista,
se encuentra enamorada por esta evangelista,
que un día dijo, sigue, que es tuyo el ideal!
Samuel Dixon