A orillas del río Piedra me senté en silencio,
y el agua murmuró lo que mi alma callaba.
Las hojas danzaban sobre su espejo,
como recuerdos que el tiempo arrastraba.
Susurraba el viento viejas promesas,
historias de amores que nunca murieron,
de besos robados, de miedos y dudas,
de sueños que un día por miedo se fueron.
El río, eterno y libre de culpa,
no juzga, no espera, solo sigue su cauce.
Y yo, atrapada en mis propios latidos,
dejé que su voz en mi piel se dibuje.
Que el amor sea río y no jaula,
que fluya sin miedo, sin prisas ni ataduras.
Que en cada adiós haya un nuevo comienzo,
que el alma recuerde… pero nunca se anule.