A veces regreso del sueño con mucha sed.
Pienso en buscar el agua,
recorrer el oscuro camino hasta el interruptor
para encender la luz,
acechado por los misterios
de las horas ciegas:
la marcha incansable de sus agujas,
un canto lejano montado en el viento,
el vaivén del espejo suspendido en la penumbra,
como un péndulo atrapado entre dos mundos,
la luz que se filtra entre las rendijas,
venida de un vehículo errante.
¿Qué destinos anuncian estos mensajes
que frustran mi movilidad?
Me debato entre la sed y la lumbre,
la distancia imposible de recorrer,
un lugar cavado en la oscuridad.
¿Debo abandonar este deseo
que presumo aún duerme en mí?
¿Y si, en verdad, mi cuerpo lo llama?
Solo sé lo que tengo:
este hábito de la duda,
esta sospecha,
este apetito por la prueba
que me desvela,
y me hastía,
y me corroe,
como la sal del mar al metal.
Prefiero la sed,
la certeza de no poseer la verdad.