Si eres dueño de todo,
¿Por qué yo no te pertenezco?
¿Por qué el orgullo me lacera como un látigo?
Y de mi boca solo se muestra una mueca,
ante la imposibilidad de pronunciar tus atributos.
Ven, permite que la luz ardiente del sol,
abra mis labios exánimes,
abra mi espíritu alelado,
para que mi alma te goce,
y mi locura sea de vida,
y mi insania sea de sueños.
Ven, haz que mis ojos sonrían,
y mi carne sane el flagelo del tiempo,
para que sus pliegues,
me alejen de la muerte,
y me acerque a la vida,
escribiendo en el viento esperanzas y anhelos.
Si eres dueño de todo,
permíteme alcanzar el séptimo día,
sin la semejanza de mí mismo,
en una nueva edición,
de la humildad y el amor,
sin las marcas narcisistas del ego,
Si eres dueño de todo.
¡Yo te pertenezco!