No saben que aún te llevo
como un río lleva su música oscura,
como la tierra esconde en su entraña
la semilla de todos los regresos.
Me mastico la pena en las horas vacías,
me bebo la noche en sorbos de sombra,
y en mis manos abiertas
aún duermen las huellas de tus manos.
Las despedidas crujen en mi pecho
como maderas viejas en la tormenta,
y yo sigo pronunciando tu nombre
como quien lame una herida
para sentir que aún duele.
Los naranjos sangran su aroma en la tarde,
la colina levanta su voz de ceniza,
y en los juncos indiferentes
se enreda mi melancolía.
Ay, amor,
eras el trigo alto de mi verano,
el agua que partía mi sed en dos,
la sombra tibia de todos mis inviernos.
Ahora eres un eco que me llama,
una ausencia que se sienta a la mesa,
un fantasma que roza mi espalda
cuando el viento me dice tu nombre.
Y yo sigo aquí,
con tu amor pegado a mi pecho
como un último sol
antes de que caiga la noche.