Me llamo Elías, pero en las calles me conocen como el \"Guarimbero 48\". No fui yo quien eligió ese nombre, sino el régimen, ese monstruo insaciable que devora a los que se atreven a alzar la voz. Desde hace años, mi vida ha sido una sucesión de marchas, barricadas y gases lacrimógenos. He visto la sangre correr en el asfalto caliente de Caracas y he sentido el peso de la bota represora sobre mi espalda. Pero jamás he sentido miedo. No me lo permito. Prefiero morir a vivir arrodillado ante un tirano.
Las primeras veces que me detuvieron, creí que era un error, que la justicia aún tenía un resquicio de decencia. Pero pronto entendí que la justicia aquí no es más que un espejismo. Me han arrastrado por los suelos de San Andrés, me han golpeado en Zamora y me han torturado en La Matanza. He conocido el infierno en Cerro Grande y he escuchado los gritos de los que no han salido vivos de Las Malvinas. Cada celda en la que me encerraron era un recordatorio de lo que significa desafiar al poder.
Los esbirros del régimen me han reventado los labios a golpes, han quebrado mis costillas con patadas certeras y han intentado doblegar mi voluntad con descargas eléctricas. En El 70 me dejaron colgado de los brazos durante horas, mientras un oficial con una sonrisa de hiena me susurraba al oído: \"Dinos quién te financia, dime quién está detrás de las guarimbas\". No respondí. No podían entender que no hay un mecenas detrás de mi rabia, que no hay otra mano que dirija mi lucha salvo la del hambre y la indignación.
Los Cardones fue otro infierno. Ahí nos amontonaron como animales, sin agua, sin comida. Los que gritaban demasiado eran sacados y nunca volvían. Las sombras del poder son largas y no perdonan. Pero en Bruzual de Caracas aprendí a levantar la voz con más fuerza, a entender que el miedo es la herramienta del opresor y que la resistencia es el único camino digno.
Desde hace semanas no aparezco. Los rumores corren como pólvora: que me mataron en una celda, que me tienen en el Helicoide, que mi cuerpo fue lanzado en un basurero de algún barrio olvidado. Pero también dicen que aún me ven en las calles, que mi voz sigue resonando en las protestas, que mi espíritu camina con los que se niegan a rendirse. Se habla de mí en susurros y en gritos de batalla. Dicen que cuando el humo de las bombas lacrimógenas se levanta en Caracas, ahí estoy yo.
Tal vez mi cuerpo ya no exista, tal vez mi carne haya sido devorada por el aparato de terror de la dictadura. Pero mi historia no ha terminado. No mientras haya un solo venezolano que grite mi nombre en las calles, que levante una bandera con mi rostro dibujado, que desafíe la brutalidad con la misma rabia con la que yo lo hice.
Soy Elías, el Guarimbero 48. Y aunque ellos quieran borrarme, nunca podrán callar la verdad de mi lucha.
JUSTO ALDÚ
Panameño
Derechos Reservados / febrero 2025