Viajar es abrir la puerta al asombro,
despertar del letargo común,
rostros extraños, acentos lejanos,
sabores que estallan y saben a mar.
Es ver otra luna sobre otro lago,
la silueta de una nueva colina,
el negro profundo de tierras mojadas,
o el gris agrietado de un suelo sediento,
resquebrajado como una cicatriz.
Es lluvia que inunda ciudades sin paraguas,
mares cobijados en un manto gris,
veranos de fuego, inviernos de hielo,
aroma salino flotando en la noche.
Es brisa que corroe los viejos portones,
el lodo en las botas, el campo en las manos,
el tiempo en el surco, la vida en el huerto.
Muge el ganado, el sol se derrama,
mentira y bondad se cruzan de frente,
la risa de algunos, la sombra de otros,
la voz que sacude y que enciende la luz
de una lejana y desconocida habitación.
Porque viajar es un grito profundo,
es verte en el otro, es llama y es frío,
es huella en el polvo, es sueño despierto,
es darse a la vida…