En un rincón sombrío del alma,
donde el eco del llanto resuena,
la vida se desliza, en su trama,
como un río de sombras que envenena.
Cada amanecer es un lamento,
un susurro de sueños marchitos,
las horas se arrastran, sin aliento,
en un laberinto de rostros malditos.
Los días, en su danza cruel,
se visten de rutina y desdicha,
como un monstruo que asoma al papel,
en su esencia oscura, la vida se aficha.
Existir es un juego de cartas,
donde la suerte nunca se asoma,
las risas se ahogan en miradas apartas,
y la esperanza es solo un humo que se toma.
La rutina, un látigo que castiga,
cada paso, un eco de lo perdido,
las ilusiones son cadenas que anidan,
en la piel de un cuerpo abatido.
Reflexiono sobre el ser y el no ser,
en esta danza macabra de lo efímero,
¿es mejor arder en el fuego del querer,
o sucumbir al silencio, a lo que es sombrío?
A veces, la vida es un bocado amargo,
una copa de vino que se derrama,
y en su regazo oscuro y cargado,
encontramos la sombra que nos llama.
Y sin embargo, en la asquerosa vida,
hay destellos de luz en el camino,
en las risas sinceras, la mirada querida,
y en el amor que, aunque frágil, es divino.
Así, entre el dolor y la belleza,
surge el dilema, el eterno vaivén,
existir o no, ¿qué importa la certeza
si en el caos hallamos nuestro propio edén?
La vida, un lienzo de tonos y matices,
una obra en progreso, llena de imperfección,
y aunque a veces nos duela y no
s deslice,
en su esencia, hallamos la redención.