Al cielo con ella
dicen los costaleros,
pétalos de rosas vuelan,
el palio tiembla
ante la emoción
del que va debajo.
Al cielo, y el cielo, difuso,
funge de sábana santa y
los clarines, a la retaguardia,
entonan sones de gloria.
Al cielo con ella y yo,
bajo el peso de tanto brocado,
lloro la devoción de tanto pueblo
en las calles —y mi madre firme
en la memoria—.
Al cielo, sí, con ella, con Josefa,
que, desde un pequeño ventanuco
que, de seguro, habrá abierto ahora
para la ocasión, estará observando
con pasión, con una lágrima de éter
sobre su escasa mejilla, y hasta, me
atrevo a pensar iluso, verá cómo
me deshago en la entrega desde el roce
violento de las trabajaderas hasta la llaga
que en las plantas de los pies me quema.
Al cielo, sí, y cada año que no falte,
que ningún día santo de cada año no ande
debajo de ella llevándola en volandas
hasta el espacio de edén que ahora puebla
—sí, siempre que las fuerzas me vengan—.
P.D. Lo que me ha durado el café...