Milber Fuentes

Manos Vacías: Entre Sombras Ecos y Tacto

 En el silencio de mis manos late un enigma,

pues en aquel primer roce contigo descubrí

que había vivido con ellas desiertas,

vacías de la caricia que da forma al alma.

Allí, en la penumbra del tacto ausente,

el contorno de tu piel se erige como relicario

de lo que fue y de lo que aún podría ser,

y cada caricia perdida se vuelve un eco

que retumba en el abismo del olvido,

transformando la ausencia en un dolor sagrado

que el tiempo, con su misteriosa alquimia,

intenta transmutar en luz.

En la quietud del existir me pregunto

¿cómo se funden dos almas, marcadas

por la impermanencia, en un abrazo eterno?

Fue en ese encuentro etéreo y revelador

donde, en el abismo de tus ojos, me reconocí:

dos viajeros en senderos de sombras y destellos,

destinados a reparar las grietas del tiempo

con la fuerza silenciosa de un querer inefable.

Así, en la conjunción de ausencias y presencias,

cada latido se torna en palabra y cada suspiro en verso,

transformando el dolor en semilla de un jardín secreto

donde florece, inmortal, el conocimiento del deseo.

Porque en el eco de unas manos vacías

se esconde el universo entero,

un susurro perpetuo de lo que fuimos

y de lo que, en el silencio, anhelamos ser.