Abrid la página en blanco
y derramad la tinta de la desventura,
manchad con oscuros trazos
la pálida hoja
en la hora de la ceniza.
Porque la llama precursora
es también morada del hastío,
donde arden las almas
a voluntad,
como lámparas tiritando
al borde de un abismo.
¿Qué haré con estos fajos de papel
plagados de pésimos poemas,
si solo existen para mis ojos
y mueren en mi aliento?
¡Qué egoísta es el tormento,
dando cuentas de sí
y vistiendo la carne
que aborrece y traiciona!
¿En qué lugar hallaré la redención?
¿Acaso servirá de algo encontrarla?
¿Podré escribir palabras afiladas
como cuchillos,
como cristales de hielo,
y seguir caminando
como si no existiera aquel lugar
cavado en la oscuridad?
Sin preguntas ni asombros,
solo la dicha mansa,
solo la ventura ciega.
¡Sé que no será así!
Pero insisto,
hay un lugar augusto
del otro lado de mi ventana,
muy lejos,
en la línea del horizonte,
allá,
donde termina la sed.