No entendía un monarca muy agraciado
el temor de la gente a marchitarse,
pues fardaba orgulloso de inmutarse
del eco temporal en su haz preciado.
Hasta que un día al verse reflejado
el peso de la edad vino a mostrarse,
hecho que lo llevó pronto a ofuscarse
y a jurar revertir lo presenciado.
No libró a la respuesta de su encierro
ni en la ciencia o la magia conocida
ni pidiéndole a Dios en sus fracasos.
Vio un fin en una máscara de hierro,
que ardiendo le dejó la faz fundida,
¿quién de aquí seguirá un día sus pasos?
A Jack Kirby