Allí va, orondo, con mueca dorada,
corona de fango, mirada taimada,
sepulcro de honras, abismo de azares,
quebrando destinos con manos fatales.
Con garras de usura despoja, devora,
su estirpe le aplaude, su estirpe le adora;
pues manda a su antojo con férreo decreto:
¡el oro es su credo, la ley es su nieto!
Hermano del lobo, señor de la sombra,
custodio de hienas que el alma deshonran,
se sienta en su trono de negras traiciones,
vendiendo en la noche las almas a montes.
De Dios se burla, de fe no se acuerda,
pues nunca su carne sintió una conciencia;
más teme a la muerte que a justos en ira,
mas ríe, mas goza… el fin no se expira.
Mas todo es espuma, castillo de arena,
la plaga que cubre su casa en tinieblas
será su legado, su estigma, su ruina…
y allí, bajo escombros, su execrable nombre, germina.