Queda el recuerdo,
del rosal, la música,
de las pláticas y los niños corriendo,
era un efluvio de fuerza mística.
Quedan la nostalgia y el cariño,
de cuando compartimos el destino,
por su simpleza, en su principio,
antes de despedirnos en el precipicio.
Quedan los recuerdos,
y algunos brotes de amor,
para pasar el trago de dolor,
de entender que estamos solos.