La canela en tu piel es mi condena,
y me meto en tus ojos centelleantes
colmados de chispitas deslumbrantes
y te fascino a mi antojo,
y te como a mordiscos poco a poco
y arranco los besos de tus labios
y los prehendo en mi alma,
y tu pecho resopla conmovido,
y me agarro a tu cuerpo y lo devoro…
y me rompes el alma en tus suspiros,
y me bebo las aguas cristalinas
que emanan de tus poros dilatados…
Y clavo en tu piel las marcas de Eros,
y me gritas que no pare, como un loco
que continúe hechizando tu ventura
hasta saciar el hambre que te tengo
y que carcome mis entrañas
hace tiempo.
Me dices, insistente, lo repites
que enrede tu cuerpo como quiera
que anude tus piernas y cintura,
y desgarras mis carnes y mi alma
lentamente me clavas
los sentidos
penetrando hasta el fondo
el filoso puñal que es el deseo.
Y navego en el cosmos infinito
y ante mi se inclinan insidiosas
las estrellas matutinas
y también las vespertinas,
y los mares arrecian y se unen
y la luna… de plata
grande, fastuosa, hechicera
acompaña el sol que se opaca,
al sonar de los truenos refulgentes
de dos cuerpos posesos y embelesos.
El olor de la carne es el que embriaga
por amarte desde hoy aunque haya muerte
del ciprés que altivo ya se inca
devorando un alma temblorosa
anudando unos ojos y una mente
confiscando un cuerpo temeroso.
Que se esfume el ensueño
de un vivir,
que combata la lluvia
y el cristal del exceso
que inunda mi centro hasta el ombligo
blanquecino en los pechos y entrepierna
con el velo en los ojos y los pápados
de un perlado manto caluroso
que cubre sudores en arcadas
cual rocío blanquesino desde el alba
que perdura en ensueño,
con la piel que es canela
y los labios sangrantes de alegría
el ciprés que se muere...
el amarte sin duda es más que antes,
recreado en mi mente…
desde entonces.
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