Oh rosa solitaria que besa el ancho viento
tu talle se estremece cual sueño de coral.
Eres flor encendida sobre la arena ardiendo
suspiro de las olas, capricho del cristal.
Del alba a la tormenta resguardas tu hermosura
ni el trueno ni la espuma quebrantan tu fulgor.
El sol de mediodía te ciñe en su armadura
y el aire enamorado te roba un tibio olor.
Si fueses de mis manos el cáliz delicado
mi boca bebería tu aroma sin final.
Mas sufre quien contempla tu pétalo dorado
tan cerca de la espuma, tan lejos de su mal.
Que el mar no te deshoje ni el viento te lastime
oh rosa de la arena, tan pura, tan sutil.
Que nunca el tiempo amargo tu dulce sien marchite
y sigas floreciendo, invicta sobre el fin.
Crecía sola, entre la arena y el viento salado, con raíces firmes en la tierra seca. No era como las rosas de los jardines, mimadas por la lluvia y la sombra fresca. Su perfume no era dulce ni sus pétalos suaves, pero su color, ardiente como el sol poniente, desafiaba la dureza del mar y el olvido de quienes pasaban.
Las olas la miraban desde lejos, envidiando su resistencia. El viento la azotaba sin tregua, esperando verla ceder. Pero la rosa de playa, terca y orgullosa, se aferraba a la vida. Porque no nació para adornar balcones ni para marchitarse en jarrones. Nació para desafiar la arena, para florecer donde nadie más se atrevía.