Para mis hijos Gabriela y Matías.
Seguid vuestro destino, estirpe bravía,
que el mundo se pliega a quien desafía.
No oigáis los lamentos de labios marchitos,
que tiemblan, que dudan, que mueren malditos.
Si os dicen que el cielo no es para valientes,
que baje la frente quien vive de mentes;
vosotros, mis hijos, con risa insolente,
cruzad los abismos, romped el presente.
Que nadie os detenga, que nadie os dirija,
los tristes aconsejan, la sombra predica;
mas solo los necios se postran al miedo,
los sabios lo toman y arden en fuego.
Luchad sin clemencia, morded la tormenta,
que el oro del fuerte jamás se lamenta;
los otros, los mansos, los siervos del mundo,
nacieron ceniza, morirán en lo inmundo.
Y si un día, cansados de alzarse en el viento,
sentís que la vida se torna un tormento,
mirad mi recuerdo, mi sangre, mi rastro…
¡veréis que los libres no mueren en vano!