\"Suiza, me percaté, que siendo tú tan diminuta, eras sideral. Supe que tus cuarenta y dos mil kilómetros cuadrados, eran más grande que la tierra y tan inmenso como el sol, capaz de alumbrar con tu alma al universo\"
Quiero que sepas, gloriosa Suiza, que cuando niño me hablaron muy bien de ti. Me contaron tu historia y me inculcaron tus valores inherentes. Me dijeron que eras una nación maravillosa, de ilustres personajes; de relojes sencillos e imponentes; con los mejores chocolates del mundo; cuna de los quesos más exquisitos del planeta; de ferrocarriles colosales, capaces de vencer umbrales, laderas y montañas, triunfos e innovaciones, traducidos en paisajes inimaginables y fantásticos; entidades financieras prósperas; y centros de investigación y universidades, fábrica de premios nóveles. Que eras casi perfecta, con mujeres hermosas, gente solidaria, competitiva, relevante, famosa, inventadora e inmortal.
Papá no era suizo, pero parecía serlo, en su enfoque, puntualidad y orden. Un día me regaló su clepsidra, un omega universal suizo, y con orgullo empecé a lucir ese reloj, bañado de cariño, oro y utilidad. Ese detalle marcó la hora en que empecé a sentir mayor curiosidad por ti y pensé: Algún día visitaré el territorio del instante medido, segundo a segundo, por sus ilustres relojeros y población en general.
Cuando fui a la universidad empecé a indagar tu historia, y quedé impresionado y enamorado de ti. Supe que eras un Estado Helvético Federal, que la participación ciudadana era tu eje transversal para lograr superar las contradicciones de la sociedad, planificar tus políticas públicas, afrontar el presente y preparar el método para afrontar el futuro. Me percaté, que siendo tú, tan diminuta, eras sideral. Supe que tus cuarenta y dos mil kilómetros cuadrados, eran más grande que la tierra, y tan inmenso como el sol, capaz de alumbrar con tu inteligencia a todo el universo. En este ínterin nunca deje de pensar en ti, y por eso insistí en verte, en conocerte, en amarte personalmente.