En aquellos senderos, acompañado de ti,
Recorrimos en el amor, la calma del corazón,
Sentimos la tierna brisa que despide el verano,
El indomable y melódico sonido del río,
Y sin olvidar, la danza de las hojas cantar,
Una obra tan armoniosa,
Apreciamos danzar el destino frente a nosotros,
Vestido con su precioso vestido de hilos rojos.
Jóvenes caballos y potrillos nos saludan,
Es Dios inaugurando su presencia,
Galopaban libres, alegres y en familia,
Dejándonos extasiados de felicidad,
Un solo segundo te miré, y aprecié mi vida entera,
Tus ojos brillantes como el sol,
Tu sonrisa refrescante como el río,
Estremeces mi mera existencia.
En los verdes radiantes pastizales,
Todo se confirmó y yo sin esperarlo,
Lo que añoré por años, mi gran amor,
Dios nos envió aquel potrillo,
Mensajero de amor,
Que con su majestuosidad se acercó,
Sin llamado y sin apuro,
A decirnos con su dulce y libre espíritu,
En el lenguaje universal, preciso y conciso,
Con un acto de confianza y amor,
Nos introdujo a nuestro pequeño Jardín del Edén.