Dicen que el tren, esquivo y fugaz,
no espera al dubitativo mortal.
No avisa, ni aguarda, su andar es voraz,
y el tiempo, su cómplice, es inmortal.
Ante ti se detiene, enigma y misterio,
¿subir o dejarlo partir, sin consuelo?
¿Arriesgar el andén, tu seguro imperio,
o verla alejarse, cual sueño en desvelo?
Ella es el tren, de mirada hechizante,
sus ojos, dos faros que invitan a amar.
Su sonrisa, un veneno embriagante,
sus cabellos, la noche que anhelo explorar.
Sus curvas, rieles de un viaje sin fin,
donde el alma se pierde, extasiada y cautiva.
Sus labios, el néctar que ansío beber, sin fin,
el último sorbo, la muerte más viva.
El billete en tu mano, ¿lo dejarás caer?
¿O te atreverás a subir, sin dudar?
Recuerda, el instante no ha de volver,
y el \"nunca\" es un eco que suele engañar.
No esperes la hora, ni el momento ideal,
el tren no se detiene, ni pide perdón.
Si sientes que es ahora, tu impulso primal,
abandona el andén, sin dilación.
Pues si la dejas ir, con su andar sereno,
te arrepentirás, en la eterna estación.
Y el tren, cual ella, jamás volverá, pleno,
dejándote solo, con tu desolación.
JTA.