No llega con fuego ni gritos,
sin estruendo, sin sirenas alertando.
Solo un desvanecerse lento,
como una canción interrumpida,
como la última brasa apagándose en la nada.
El cielo olvida sus colores,
el viento deja de susurrar secretos,
y las estrellas parpadean por última vez,
una a una,
como si nunca hubieran brillado.
Las manos buscan pero no tocan,
las voces suenan pero no encuentran oídos,
el amor tiembla en el aire vacío,
como un fantasma sin refugio.
Y quizás ese sea el verdadero final,
no el caos, no la ruina,
sino el silencio
donde antes hubo algo hermoso.