Una historia fue,
una que no quise contar
en un principio pero...
Pasó hoy hace dos años
justos, en la Magdelaine,
en el mismo centro de París,
contento, contigo, sonrisas
de estar lleno de todo, amor
rebosando los poros, los párpados
no sabían de cerrarse de tanto
como no quería que nada, nada,
se escapase a la vista, al tacto,
a los olores que solo el aire de esta
tan magna ciudad contiene disueltos
en su fórmula química, y yo, y tú,
mientras levitábamos cada una
de las calles tocábamos en el bolsillo
si el candado de rigor, ese que compré
en un chino para ese viaje, seguía, y así,
cuando nos diera por acercarnos
al Pont des Arts, engancharlo en uno
de los alambres que al efecto tiene
el ayuntamiento bien dispuestos, limpios,
sin herrumbre, habida cuenta el reclamo
que suponen y los emolumentos que llevan
a las arcas públicas.
Una historia de muchas, de tantas
que todos los años se repiten en la dicha
ciudad del amor, un amor que a trancas
y barrancas fue forjándose como se forjan
las balaustradas, el retorcido hierro gaudi
niano que tanto me fascina y fascinará —
voy a bajar el volumen de la música de fondo,
me martillea un oído— y que hoy, en la mesa
camilla repleta de invierno, nos ilustra esto,
este momento, este estar juntos tras una dura
jornada de trabajo, viendo nuestra serie.
Una más, con el caramelo que todas,
sin excepción, tuvieron al cocinarse y las menos
conservaron hasta el almíbar —qué bonitooo—.
Voy un momento al baño y el domingo sigo.