Ahora grité tu nombre hasta perder la voz,
con la esperanza de que el eco llevara mi desesperación a dondequiera que estuvieras.
En el silencio que siguió, me aferré a la ilusión de que me contestarías, de que,
de alguna manera,
me escucharías.
Creí, con la ingenuidad de un corazón enamorado,
que llegaría el momento en que me extrañarías,
que sentirías el vacío de mi ausencia.
Pero los días se convirtieron en semanas,
y las semanas en meses,
y el silencio seguía siendo mi única respuesta.
Entre más te pienso, más te amo.
Es un amor que crece en la oscuridad,
alimentado por los recuerdos y la añoranza.
Entre más te amo, más te extraño.
La distancia se hace insoportable, y cada momento sin ti es una eternidad.
Entre más te extraño, más pierdo la cordura.
La razón se desvanece, y la desesperación amenaza con consumirme.
Me pregunto,
¿qué condena es esta?
¿Por qué me tocó amar en silencio?
¿Por qué no más me tocó a mí?
¿Por qué me has condenado a este exilio del corazón,
donde mi amor no puede encontrar su hogar?
Estaba a punto de llamarte para decirte lo mucho que te extraño,
para escuchar tu voz, aunque fuera por un momento.
Mas luego recordé que no tengo a dónde llamarte,
que no tengo modo para escuchar tu voz.
La realidad se estrelló contra mi esperanza, y el dolor se hizo aún más profundo.
Es por esto que grité tu nombre esta mañana,
con la fuerza de un alma que se niega a rendirse,
con la esperanza de que, de alguna manera, mi amor llegue a ti.