En el jardín de la nostalgia, dónde brotan las horas del sol,
me rozan el rostro de manera inmesurable,
sin llegar a lastimarme, solo acariciándome suavemente.
Se cuelan por los huequecitos de las hojas,
de un árbol de bugambilia rosa,
que se quiebran en la noche y al amanecer adornan mi suelo,
como flores flotando sobre un lago,
como un niño que, después de moverse de un lado a otro,
jugando y riendo, se duerme profundamente.
Y yo, simple espectador,
me ahogo en una tibia fusión de yerbas,
poseo en mis manos la fragilidad de mi alma,
bebo con fervor cada gota del destino.
En mi jardín de la nostalgia me alimento adiaro, donde los recuerdos van y vienen.
Nada permanece, pero yo sigo presente.