Credo de los que escriben a pesar de todo.
Creo que escribimos no para ser leídos,
menos para que nuestras ilusiones den tregua,
sino para romper los lazos que nunca forjamos.
Creo que la pluma no calla ante los silenciados,
que el mutismo no es nuestra última opción,
que nuestras palabras reclaman su libertad,
ante la ignorancia vestida en fina pureza.
Escribimos para enfrentar el miedo,
derrocar la mentira disfrazada de verdad,
aún si el espectáculo sigue siendo el mismo,
nuestras preguntas desgarran los dogmas.
Creo que lo eterno se desintegra con el tiempo,
que cada letra que surge de nuestras manos,
es un acto de paz en la contradicción.
Creo en el amor que no pide promesas,
que este se encuentra en la furia del ser.
Transcribir lo que nos arrastra al abismo
porque es la única forma de sobrevivir,
de mantenernos íntegros en medio de la ruina.
Creo que en cada palabra rota, hay poesía
que el pesar y la salvación nos redimen.
Creo que en cada sílaba habita un latido,
no en buscar la gloria, sino el desafío eterno,
ante los privilegios sobre la miseria…
Porque la palabra es la última frontera,
y en su rigor nos mantenemos sin postrarnos.
Creo que la muerte no merece la última palabra,
y que seguir escribiendo es enfrentarla con cada trazo.
Creo en desafiar la sima de la soledad,
para grabar con tinta lo que nos robaron,
dar forma a lo inefable que nos consume.
Para que el mundo vea, aunque ya esté ciego,
que, aún destrozadas, nos negamos al olvido.
La poesía es catarsis, aunque nadie la quiera,
un filo agudo hacia lo que no hemos nombrado.
Creo para resistir, liberar la esencia interna,
no para agradar, sino para destruir lo que no sirve,
un verso que se hace luz sin suavizar el dolor.
Creo en una verdad que se impone sin piedad,
el arte es la voz que nos grita a la conciencia,
hay algo en este mundo, una voluntad de hierro,
a pesar de su veneno, seguimos escribiendo.
La Bruja Irreverente.