En cada gota, cae un suspiro,
un eco de memorias, dulces penas,
ocultos en la bruma de su giro,
despiertan viejas almas en serenas;
ninguna oscura nube anhela al suelo
la luz del fuego más galán del cielo,
las luces sacras, el augusto día,
que en mi pecho mantiene su porfía.
Así el agua, su corriente, no apaga
el ardor que, en mi ser, su llama traga,
ni el viento que las almas desvanece;
fuego y agua en mi pecho se abrazan,
con su danza de pasión se entrelazan,
y el amor, obstinado, prevalece.