Niña que cautiva miradas,
dama que seduce
al cantinero de su alma.
Déjame mirar a través de tus ojos,
descubrir en ellos
los suspiros del viento,
el eco de un ayer
que aviva la luz de un atardecer.
El fuego arde en esta hoguera,
quema nuestro ser
al pronunciar tu nombre entre sollozos.
Dos almas que se entregan,
dos sombras que se funden,
hasta volverse una.
Los ecos de nuestra entrega,
Marcela,
susurran en los atardeceres,
se mezclan con el balbuceo
de nuestras voces sin tregua.
Déjame entrar en tu alma,
en su seda escondida,
en el rincón donde habitan
los besos ahogados
de tantas entregas.