Brotó del alba sin molde ni dueño,
sus labios cincelaron la aurora,
y en su vientre, la Tierra fue un sueño
gestado en penumbra sonora.
Fue la primera silueta en la brisa,
más antes que el fuego y el alba,
su risa es el eco que eriza
las sombras que tiemblan sin calma.
Dueña del ópalo y madre del oro,
hiló de la noche su piel,
y en su cabello, ríos de coro
cantan la fiebre del fiel.
Los montes le sirven de trono,
el mar le susurra secretos,
y el viento, celoso y sin tono,
se enreda en sus muslos discretos.
Los astros la buscan sin tregua,
la luna le presta su luz,
pero ella se oculta en la niebla,
pues solo la sigue su cruz.
Madre de tierra y de pieles doradas,
espejo del caos primigenio,
su estirpe no muere en las hadas,
pues danza en el sueño de un genio.
Y aquel que la nombre en su ruego,
que cuide su lengua de miel,
pues Lilihit sopla con fuego
y es sombra con alas de hiel.