Eres tinta que brota de un volcán de pergamino,
maestra de sílabas talladas en raíces de olvido,
alquimista que funde el hierro del verbo en dulce vino
y siembra estrellas en el barro de los prohibido.
Rito de café que despierta los arcángeles dormidos,
escribes mapas en la piel de silenciosos espejismos.
Rebeldes son tus manos: cincel, bandera, pecados redimidos,
que tallan puentes donde otros ven abismos.
Maestra de la arcilla y alfabetos descalzos que fluyen en ponientes.
que amasas el cacao en el crisol de la insurgencia:
Eres el badajo que despierta a los durmientes
en el mercado de las certidumbres sacras y de ciencia.
Chocolate derretido en tu horno de utopías,
dulce revolución que nutre grietas de infelices.
Guardiana de artesanos, refugio del latido,
de quienes forjan mundos con hilos y con cicatrices.
Tu aula es un taller de auroras boreales y de canto
que tatúa el viento con hilos de manifiesto en llamas;
de tu rebeldía bebe hasta el asfalto
esa esperanza con que a los náufragos inflamas.
Sensibilidad de lluvia en el desierto de las ortografías;
Tu irreverencia es brújula, tu frente, sustantivo sin acantilado.
Alma de lucha cuando el mundo se adormita en sus porfías
abrazas el caos y lo trasformas en arte sagrado.
¡Oh, tempestad de tiza, carbón y terciopelo!
No eres de todos, sí… pero en tu incendio generoso,
florecen los versos que rasgan nuestro cielo.
¡Y aprendimos a beber la luz de lo furioso!.