Ojos celestes, piel suave,
su sonrisa, su semblante,
su forma maravillosa de transformar el caos en calma,
la música de fondo, su respiración agitada.
Increíble manera de transmitir amor,
su atención plena, su sabor.
Me veo caos y dolor;
me da serenidad, calma el ardor.
De este río de depresiones,
de presiones, de desamores, desilusiones,
vino con su risa a entibiar el agua,
poner paños fríos en las llagas y resignificar el karma.
Lleva su mochila pesada y, en cada palabra,
quita una pluma que, de a millones de ellas,
pesa a plomo, con lágrimas de tristeza.
Los cambios inminentes por su gran fortaleza,
el poder de su resiliencia y destreza
para volver al pasado a poner orden,
reincorporarse en el presente para vivir glorioso,
admirando su gozo,
cómo busca escapar de un futuro engorroso.
Volviendo a nosotros,
sus besos como punto de partida
abrigando mis mañanas frías.
Sus abrazos en un atardecer rutinario
te llevan al espacio, te corren de plano.
La maravillosa coincidencia de encontrarnos
en tiempo y espacio,
con lo mutuo tan anhelado,
tan deseado y tan amado.
Lo valioso de vos es el calor que emanas
desde tu alma, brillando a la distancia.
Resaltas entre el cemento,
edificios, colectivos y ruido.
Das silencio a lo aturdido,
plenitud en el fastidio.
Gracias por compartir conmigo,
dedicarme tu tiempo,
regalarme tus besos y confiar en lo nuestro.
Gracias por enseñarme a transitar este camino,
decorando lo lastimoso vivido,
poniéndole color a lo oscurecido.
Cómo una vez dijiste vos:
“Gracias a vos por tanto amor,
y gracias a Dios por vos.”