La guerra no es noticia.
es un hongo de metal creciendo en los pulmones del mundo,
es la sombra que se alimenta de los ojos cerrados.
La guerra no es fuego:
es la raíz que devora sus propias flores,
es Dios jugando a los dados
con sangre en vez de números.
El dinero no tiene manos:
tiene garras que escriben tratados sobre piel moribunda y agrietada.
Y por eso los niños ya no mueren:
los convierte en fantasmas el hambre con guantes de acero,
sus cuerpos son palabras tachadas
en el diccionario de los vivos.
Ya no tienen manos:
alas de lamento crecen en sus muñecas,
sus risas son campanas de cristal
que el viento rompe con la lluvia.
Las madres amamantan semillas de ceniza,
los ancianos guardan sueños
en jarrones de hueso.
El planeta no orbita: sangra por sus costuras,
un atlas de párpados cosidos con alambre.
Las ciudades son heridas que respiran,
y el horizonte, un diente roto
mordiendo el humo de las bombas.
Gaza, el Congo, Mali, Ucrania, Yemen, ya no son sólo tierra:
son una herida abierta con cuchillos de titulares disfrazados,
son el espejo donde la humanidad vomita su doble rostro.
Su cobarde falta de autorespeto
Siria no llora:
sangra alfabetos de escombros,
y sus mujeres,
árboles con raíces en llamas,
cargan frutos de pólvora en el vientre.
El tiempo aquí no pasa: se pudre.
El mar es una lengua seca
que lame cadáveres sin dueño,
y las nubes, gaviotas envenenadas
que escupen olvido sobre los hambrientos.
La justicia no es ciega:
tiene los ojos vacíos,
pupilas de yeso en un altar de mentiras.
es una diosa con los huesos llenos de moscas.
La humanidad no es carne:
es tierra agrietada,
un árbol de espinas
donde cuelgan relojes sin manecillas.
¿Dónde guardamos el el valor y la moral?
En ataúdes de hashtags,
en discursos de mármol que decoran las fosas.
Nuestro silencio es un puñal.
Cada vez que nombramos ellos
en vez de nosotros,
¡firmamos la sentencia!.
Hermanos
incendiemos los teléfonos
donde el dolor se vuelve caricatura:
que las lágrimas no sean emojis,
sino aguijones,
flechas,
mapas.
Desnudemos las mentiras
hasta dejarles los dientes al aire:
que la vergüenza no sea un lujo,
sino un río que arrastre a los indolentes.
No somos flores en el jardín del olvido:
somos fósforos en la boca del monstruo,
semillas de vidrio
dispuestas a incendiar la noche con verdades.
Alcemos los nombres de los muertos
como banderas de carne viva,
y si el mundo se cubre los oídos,
gritemos con la voz rota de los ahogados.
Que nadie respire
sin sentir el peso de los ausentes
en sus costillas.
escucha:
bajo el grito hay un bosque de raíces negras,
buscando agua en las grietas.
Cada lágrima es semilla de rabia,
cada silencio, un nido de huracanes.
No somos pájaros en jaulas de oro:
somos lobos con astillas de luna en la garganta,
mordiendo las cadenas
hasta escupir la libertad en llamas.
¡Despertemos carajo que se hace tarde para todo!.